por Jorge Eduardo Padula Perkins
Los vecinos residentes en el radio comprendido entre Avenida La Plata, 12 de Octubre, Andrés Baranda y República del Líbano de Quilmes Oeste, se encontraron un día de octubre de 1991 con la singular, novedosa y simpática presencia de un pequeño periódico zonal de distribución gratuita: Prensa Barrial.
No existían por entonces emprendimientos de esa índole, es decir una publicación local de carácter periodístico profesional, sin precio de tapa y sin fines de lucro.
Dirigida por Marta Alicia Armella y con Jorge Padula Perkins como redactor, la publicación se definió a si misma de manera inequívoca como “periódico zonal independiente de interés vecinal”, ofreciéndose en el accesible tamaño de 16,5 por 21,5 centímetros en ediciones que variaron entre las 8 y las 12 páginas.
A partir de entonces habría de distribuirse, durante dos años consecutivos, a través de los comercios anunciantes y personalmente o por correo en las instituciones públicas y privadas de su área de influencia, incluyendo la biblioteca municipal Sarmiento y la Biblioteca Nacional de Argentina.

No existían por entonces emprendimientos de esa índole, es decir una publicación local de carácter periodístico profesional, sin precio de tapa y sin fines de lucro.
Dirigida por Marta Alicia Armella y con Jorge Padula Perkins como redactor, la publicación se definió a si misma de manera inequívoca como “periódico zonal independiente de interés vecinal”, ofreciéndose en el accesible tamaño de 16,5 por 21,5 centímetros en ediciones que variaron entre las 8 y las 12 páginas.
A partir de entonces habría de distribuirse, durante dos años consecutivos, a través de los comercios anunciantes y personalmente o por correo en las instituciones públicas y privadas de su área de influencia, incluyendo la biblioteca municipal Sarmiento y la Biblioteca Nacional de Argentina.

De este modo, desde el primer día y a lo largo de sus dos años de vida, Prensa Barrial se constituyó fácticamente en el medio de comunicación de los clubes, sociedades de fomento, centros de jubilados, cooperadoras escolares, bibliotecas populares, museos y los vecinos en forma individual y colectiva.

“A lo largo de dos años de ejercicio ininterrumpido de periodismo zonal independiente ha quedado acabadamente demostrada la necesidad misma de la existencia de nuestro medio”, afirmaba y continuaba aseverando que “no lo decimos nosotros. Lo demuestra el flujo permanente de información que hacen llegar a Prensa Barrial las distintas instituciones locales para su publicación, indicador indubitable de cómo el periódico sirve para canalizar las necesidades de comunicación de esas organizaciones barriales” que encuentran siempre en este medio “un espacio mediante el cual efectivizar sus convocatorias destinadas al bien común”.
Asimismo se aseguraba que “por otra parte son muchos los vecinos que de la lectura de este medio han hecho un hábito, al descubrir que, aun en el marco de su sencillez, constituye una fuente irremplazable de información estrictamente barrial” y que “son varios también los que inclusive han sugerido temas de interés comunitario para su tratamiento en estas páginas”.

No obstante el lugar alcanzado y el entusiasmo puesto de manifiesto por sus realizadores, las circunstancias no permitieron la continuidad del proyecto.
“Prensa Barrial pasará a ser historia. La última edición” fue el título de su postrer editorial, en noviembre de 1993 que señalaba puntualmente: “Con estas líneas y tras dos años ininterrumpidos de servicio a la comunicación vecinal, nos despedimos de nuestra humilde pequeña labor con la misma dignidad y honor con que lo haríamos de la más grande empresa. Lo hacemos seguros de haber cumplido nuestro propósito, el de hacer periodismo profesional al servicio de la comunidad local, siempre en un marco de referencia ética y con responsabilidad y transparencia. Nos hemos comprometido moralmente al servicio del barrio, sus instituciones y sus habitantes sin ceder nuestra independencia editorial y sin posicionamientos políticos, ideológicos o dogmáticos de ninguna índole, y hemos recibido a cambio y sin proponérnoslo muchas muestras de reconocimiento y afecto que al tiempo que nos halagaron sirvieron de estímulo para continuar transitando el camino andado”.

Escrito a máquina, ilustrado y diseñado a pura imaginación y voluntad, distribuido a pie y a costa del tiempo personal de quienes lo hacían, pero portador inefable del sentir de la gente, el “diarito”, como algunos lo apodaban, se ganó un lugar en la historia y el alma del barrio.